La agricultura en los últimos años ha cambiado sustancialmente en los planteamientos y cuestiones que se han realizado hacia ella. Las problemáticas sobre la concentración de tierras ha perdido peso, casi total en Europa y parcialmente en el resto de países en desarrollo y es, sobre todo, la alta concentración de capital y la industria agroalimentaria la que ejerce una presión mayor social, económica y política.
Si hacemos un barrido sobre el panorama mundial vemos que las tendencias neoliberales son las que se apoderan prácticamente de todos los estados, mercados y economías, no obstante, no todos lo han soportado con la misma entereza. El caso de Europa es muy claro y conocido, una política única a nivel supra-estatal confiere a los estados que la integran, estabilidad, regulación y un marco legislativo y de control amplio. Como en todos los sistemas existen grupos de presión por parte de los sectores con más capital que en época de incertidumbre, fluctuación de los mercados o volatibilidad de los precios ejercen su poder en contra de los estados, las políticas y los ciudadanos. Salvando las distancias de las luchas de poder neoliberales en las potencias europeas y Estados Unidos, existen realidades completamente diferentes.
América Latina, África o Asia presentan desigualdades fuertes en cuanto a la repartición de capitales. El caso de América Latina es el más destacado con el índice de Gini más alto del mundo. Las reformas agrarias en Latino América de los años 60-70, aunque en algunos países se diera con anterioridad, no podemos decir que llegara a consolidarse y con la llegada de la crisis de la deuda en los años 80 los estados latinoamericanos son obligados a abrir sus políticas y mercados. Esta transformación neoliberal afecta a todos los sectores y evidentemente también al agrario, aunque introduce algunos aspectos positivos como el papel de la mujer en el mercado laboral. Esta transformación presenta por contrapartida un paquete de aspectos negativos de los mercados globalizados y las tendencias neoliberales.
La cuestión principal es la interpretación de los datos que arrojan estas tendencias neoliberales en diferentes países del mundo, si observamos los datos macroeconómicos, salvo excepciones, la agricultura ha realizado un innegable desarrollo en casi todos los sitios del mundo y en Latinoamérica con un desarrollo espectacular. Ahora bien, si profundizamos en los datos a nivel micro, la realidad es completamente diferente, mientras la «agricultura» se ha desarrollado muy positivamente y con un fuerte crecimiento, las desigualdades han aumentado, los contratos son de peor calidad con periodos más flexibles, la entrada de la mujer en el mercado laboral que podría valorarse como un aspecto positivo finalmente ha supuesto totalmente lo contrario, se incorpora al mundo laboral por menor salario, más horas y condiciones más precarias que los hombres.
De toda esta evolución cabe preguntarse ¿Qué supone todo este desarrollo económico? y lo más importante ¿Qué precio estamos pagando por él?
Las corrientes Socialdemócratas que terminaron en el fracaso con la crisis de la deuda no fueron la solución, pero tampoco lo está siendo el predador neoliberalismo que está azotando Latinoamérica.
El principal problema es jugar en un mercado desigual, donde las economías más fuertes aplastan a las de menor escala. Otro problema es la falta de fortaleza de los estados para poder combatir estas desigualdades que se están produciendo y la falta de apoyo internacional para solventarlo. La imposibilidad de los estados de realizar políticas proteccionistas o políticas más socialista impide que se acabe con las desigualdades que se sufren en los países en desarrollo. La única vía para optar por una solución beneficiosa por parte de los gigantes y los pequeños agricultores y asalariados es buscar un camino más social donde los trabajadores no tengan que soportar todo el peso del sistema.