¿Qué es amar?

Amar es perderse en un abrazo, amar es recordar el sabor de los besos, amar es enamorarse de una sonrisa, de unos ojos, de unas manos, amar es escuchar el respirar, amar es ir a la sima más profunda y al monte más alto, amar es morir en un silencio, amar es que te duela todo y no te duela nada, te diría tanto y te diría tan poco, porque solo amar es amar…

Día de lluvia

Transcurren los días, todo está gris y lánguido. Un suave lagrimeo lame los cristales de mi cuarto y me hace pensar cada vez con más insistencia que, debo darle un giro a mi vida, hacer algo diferente, sentirme vivo de nuevo, como si cualquiera de aquellas gotas que atraviesan el tejado hiciesen germinar en mi a un ser diferente.
Salí a la calle enfundado en un anorak y unas botas de agua. El paraguas está de más, aunque creo que es una buena ocasión para lucir un regalo que por caro, no es de mi agrado.
Deambulé por las calles y a cada paso el viento se volvía más gélido y la cortina de agua más insistente. Pensé que había otros días para aventurarse por la ciudad y no precisamente hoy pero, ya era tarde, estaba calado hasta lo más recóndito y mi única escapatoria era la línea 26 del bus urbano. Ni anorak, ni botas, ni paraguas, servían para repeler la insistente lluvia.
Al principio no reparé en aquella criatura, yo y mis cuelgues me hacen egocentrista y absurdo. Pero, sí me fijé en la cara de desesperación de una joven madre africana, intentando refugiarse en lo que ya parecía el diluvio universal. Entonces me preguntó la joven mujer: -“¿El autobús para el centro?”.
Y yo me sorprendí- “Señora tres paradas más allá debe cruzar y a 100 metros”.
Volvió a mirar a su bebé, envuelto en mantas, que ya formaba parte de la lluvia. Salió de la marquesina con su carrito, e instintivamente la sujeté por el brazo y le dije: “Tome mi paraguas, el niño enfermará con esta lluvia”.
La mujer me miró y su cara se iluminó como una tarde de mayo, cogió mis manos y me dijo: “Que Alá te bendiga”. Yo enrojecí, y mi cara ya no notó la lluvia ni el frío. Me sentí como un héroe en una cruzada que salía victorioso y con el beneplácito de Dios.
En aquel momento fui un héroe, un caballero de mi destino y decidí por lo menos no volver a quejarme de mi suerte por ese día.