Estaba entre sombra y sombra
al calor de la suave lumbre,
rebuscando en mi pensamiento
yo sentado sin hacer más pompa,
en mi sillón como de costumbre
con la caricia del viento.
En la puerta dos leones
que no dieron condiciones,
y sin avisarme,
acompañan mi tortura
que ni Dios ni la locura
pueden arrebatarme.
Ya no tiene sentido
vivir este mundo perdido,
sin tus marchitos cabellos,
y que corra la sangre y puñal
a mi destino y final
aunque no sean ni míos ni de ellos.
El silencio reinante
al pobre y vetusto vacío
vencía el sueño el mismo día,
y en toda la habitación imperante
que un día fue río
con el pavor de mi alma confundía.