Las mentiras del perfume

I

Y aquella noche me desperté con los ojos como platos, preso de una pesadilla, de un mal sueño que me atormentaba noche tras noche. volví en mí agarrado a la sabana, empapado en sudor y con el corazón saliéndome por la boca.

Había sido una noche más. En la oscuridad de mi habitación me perdí, procuré mantener la mente en blanco, escuchando esos ruidos del silencio, recuperándome de aquella pesadilla. Sentía el calor brotándome por todo el cuerpo.
Me desperté por completo y seguí tumbado como si esperara a algo. No podía dormir, iba a ser otra noche muy larga, el insomnio y mis terrores nocturnos se iban depositando en mi rostro, en mi ánimo, volcándome cada vez más en la locura.
Encendí una lámpara en la mesilla. Apenas iluminó el cuarto.
Se deslizaba por los muebles, mis libros, la suciedad y el desorden hasta desvanecerse por los recovecos.

Cogí uno de esos cigarrillos, lo encendí, y mientras se consumía, fue desapareciendo lentamente mi inquietud. El sudor se me condensaba por todo el cuerpo.
Sentí el frio, y me vestí. Sabía que iba a ser en vano volver a recobrar el sueño.
Me levanté y rondé por la habitación como perdido, deambulando, volviendo a mis libros, a papeles que allí se acumulaban, contemplando pelusas y polvo que jamás había recogido.
Me senté en el suelo. Prendí otro cigarro, y esta vez me sentí muy aliviado. Volvía de nuevo en mí. Me extendí por completo en el suelo, y me quedé en blanco, mirando al techo dando caladas hasta apurar el cigarro.

Mi cabeza se giró a un lado. Seguía nevando, y el frio, a fuera, lo inundaba todo de un misterioso azul.
Giré mi cabeza esta vez al frente.

Había hecho cosas de las que siempre me arrepentiría, otras de las que estaba orgulloso… pero todas estaban en el pasado, y todas tan lejos de allí que apenas podían preocuparme; por ahora no volverían, por ahora no volverían…

Algunos de mis sueños se habían desvanecido en un polvo, pensé que esta vez iba a ser diferente, que esta vez si me tocaba sentirme bien conmigo mismo, sentirme amado, deseado…
Vino a ser la misma mierda de los últimos años, todo precipitado, comiéndonos la boca, recorriéndonos el cuerpo y acabando en una mesa…

Me había vuelto a equivocar, volvía a pesar otra piedrecita en mi mochila. Quizá me supo aún peor porque pensé que esta vez sería diferente, esta vez me tocaba, y no.

Contemplé aquella oscuridad azul bañada en plata, como el blanco lamía cada hoja, cada rama de altísimos cipreses.
En el jardín un banco, y en él, un «ser», no alcancé a ver si hombre o mujer pues un abrigo enorme con capucha le cubría por completo.
Fumaba con parsimonia, sin prisa alguna, como mirando a la nada, calada tras calada…
Le miré un buen rato, casi ni pestañeé, esperando a que me diera alguna respuesta, alguna señal.

Sentí el frío y cogí una manta. No tenía nada mejor que hacer, y preferí seguir mirando por la ventana, el paisaje, la nieve, y a aquel «ser» que parecía aguantar el frío como el que pasea en la tarde más cálida de verano.
Cuando deposité mis ojos en él ya no estaba, lo busqué con la mirada pero no lo vi por el jardín. Seguí observando por la ventana, pensando que volvería.
Se me pasó por la cabeza bajar y buscarlo, pero hacía demasiado frío, era un total desconocido y ya estaba bien de aventuras.

Me envolví en las sabanas de la cama al igual que la noche se envolvió de blanco y azul.

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