La violencia queda justificada en el mismo momento en que nuestros políticos aplican esa violencia pasiva contra su propio pueblo, una violencia aún si cabe más despreciable y doliente. Que el pueblo soberano se alce en contra de su opresor no sólo queda justificado, sino que obrar bajo una posición conformista sería si cabe la más cobarde y repudiable de las decisiones.