Cuentan de ellos que son los seres más evolucionados sobre la tierra y, los biólogos que lo afirman no se equivocan, dicen una gran verdad.
En los humanos sucede igual, seres que viven del amor de lo demás, del amor y del trabajo del prójimo, de su esfuerzo y caridad; de ellos hay muchos, infectan a su víctima y cuando ya no tiene más sangre, y sólo cuando han exprimido la última gota, vuelan con la brisa de la indiferencia y el interés. Velan por su conveniencia, eso sí, velan día y noche a ver cuanto más pueden quitarle a ese huésped. Clavan sus bífidas mandíbulas cargadas de mentiras y sutilezas, desgarran la piel con patrañas y falacias. Como bolas llenas del sebo del odio acaban, con papadas de maldad, barrigas cargadas de la grasa de sus víctimas pero, tarde o temprano esos parásitos mueren sepultados o ahogados por su morbidez, y los que fueron depredadores serán víctimas, o al menos es el único consuelo que nos queda.
También existe otro animal, animal por llamarle de alguna manera; a este ser, los biólogos nunca lo vieron; por extraño que parezca es un animal sin cabeza, se parece al rabo de una lagartija, cuando lo separan de su dueño da coletazos de aquí a allá. Hoy lo llaman algo así como “fan” y, señores utilicemos bien las palabras, no es lo mismo que te guste algo o que seas seguidor, que que sea un fan, nos quejamos de las cruzadas por el fan-atismo pero, hoy tenemos lo mismo.
Hoy tenemos un montón de “sujetos” sin cabeza, son una serpiente descabezada dando tumbos de un lado a otro.
En este mundo de locos, espero, que ni un parásito me infecte con su ponzoña venenosa y drene mis buenas intenciones ni que una de esas serpientes bailonas descabezada me aplaste al pasear por las calles de mi ciudad.