III Carta a flor de té. Los sueños del Creador

Hola, un saludo claro está, sería lo mínimo. Espero que tus pies se recuperen y vuelvan a la Tierra… o debería decir a la visión que el mundo quiere que tengas, no tiene mucha más explicación. Cuando el mundo nos enseña a ver la Tierra, a menudo no nos la enseña, nos hace ver una pseudo-realidad que se acerca más a lo místico o esotérico que a la realidad.
El dolor que me aqueja es más bien otro, te lo explicaría, pero tendría que desglosarte una vida de algo más de diecisiete años, dura, tediosa, solemne y otras cosas… bueno, ¿Para qué explicar tanto si hay cosas que no tienen solución? Que triste… que triste son esas palabras; no tiene solución. Cuesta asumir el no, nunca, imposible; palabras que no dejan, si quiera, un poquito de duda, de tal vez o quizá podría darse esto o lo otro.
¡Ah!, claro tengo que contestarte a las preguntas que me hiciste pero, ¿Realmente tengo que contestarte? No obstante lo intentaré.
Deber, querer y poder, son, como decirlo, extraños amigos; a veces quiero y no puedo, pero si quiero y puedo, es posible que no deba. Estos tres amigos, si no están en armonía, son los peores enemigos.
Debo, pero no quiero; puedo pero no debo pero quiero, así una lista larguísima, aplicables a la vida. Yo soy yo y mis circunstancias, y he ideado un plan, bueno lo ideé hace tiempo.
Como el querer era un ser molesto, le pedí al deber que buscara una solución. Un día decidimos que lo mejor era que el deber engullera al querer, con el fin de arreglar este conflicto. Y hasta hoy sólo tengo dos amigos, el poder y el deber que en su interior aun vive el querer, algunas veces se queja de que quiere salir, pero no suele dar problemas.
También te hablaré de las personas, aunque esta carta se vaya por los cerros de Úbeda, creo que será interesante, así no monopolizo la carta con mis absurdas filosofías que tanto te abruman y desconciertan. Las personas, estos “seres”, individuos, especímenes, son seres humanos, y como tal, “piensan”, bueno no siempre… vi una vez a un ser de esos que le salía serrín de un oído ¿No te lo crees?, que desconfiada… a lo que íbamos, estos seres siempre dan clases particulares, si, si clases particulares, has oído bien, o en este caso leído. Nos dan clases particulares sobre sus vidas, que quieren, que necesitan, pero no sabemos aprovecharlas, es un poco deprimente.
O no sabemos aprovecharlas o no sabemos bien cómo hacerlo, supongo que es sólo práctica.
Para despedirme quería contarte un cuento, ¿Te apetece?, dicen que allí, donde estás tú les fustán los cuentos y los sueños también, y todos los misticismos esos, debe ser divertido, espero que los días que quedan te den buena comida y no te maten de hambre, no quiero un ser vaporoso, no quiero una sílfide.
Te daré también una mala noticia, no puedo ir a verte el día que vuelvas de ese país siniestro, en que no hablan inglés, ¡Oh por Dios! Un país en el que no se habla inglés, parece el mismo infierno. Te pido disculpas de antemano por no poder ir, I’m sorry baby!
Empiezo el cuento. Érase una vez un niño llamado Alberto o Carlos… mejor Alberto, se apellidaba Olmos. Si, si así se llamaba, Alberto Olmos, bueno el niño Olmos vivía en una cabaña rodeado por un bosque de Olmos, como su apellido, había un río por allí cerca y era feliz, un Señor Alberto Olmos feliz.
Él vivía solo, pero había gente en cabañas cerca de la suya, y eso le hacía a Olmos más feliz. Resulto que Olmos salió de su casa, como siempre andaba como una tal Jessy, ya sabes cómo te digo, muy “rexulonamente”, bueno mi ordenador prefiere la palabra resultonamente, que también vale, pero no te quedes con su forma de andar que sigue el cuento.
El caso es que un día Olmos decidió hacer amigos, y tuvo la suerte o la desgracia de hablar con una tal Lorena, te pongo nombres de tu entorno para que te sea más fácil ponerles cara a los personajes, pero si otra persona lo lee seguro que se figura en su cabeza otro personaje, en ese caso que no se preocupe, también vale, prosigo.
Olmos y Lorena se hicieron buenos, buenísimos amigos e incrementó, como era normal, la felicidad de Olmos y, porque no la de Lorena también, y pronto se casaron; Alberto quería mucho a Lorena, pero también amaba, en cierta forma a los libros.
Alberto era un gran amante de la literatura y le gustaba escribir, le gustaba tanto escribir que pasaba horas y horas, noches y noches en vela.
Lorena se sentía, como no, algo desatendida, en cierto modo, sabía que Olmos le gustaba el mundo de las letras, pero por otro lado lo quería para sí.
Cuando se casó con él, lo aceptó como era, pero siempre le quedó la esperanza de que lo cambiaría pero, no fue así.
La felicidad parece que nos abandona de repente, sin previo aviso, bueno no siempre, pero a Lorena le desapareció, perdió la felicidad y Olmos parecía no darse cuenta, vivía como en otro mundo, el mundo de los cuentos y su escritura.
Lorena, harta de tanta infelicidad y sufrimiento, terminó maldiciéndolo.

“Que aquello que me arrebató la felicidad sea tu perdición”

Lorena corrió y corrió hacia el río intentando secarse las lágrimas, pero cuál fue su desgracia, que cayó a las aguas del río, y como no sabía nadar, murió ahogada.
Olmos sufrió mucho pero dejó no dejó de escribir, tenía miles de cuentos maravillosos, misteriosos, de terror y aventuras escritos.
No tardó mucho en surtir efecto la maldición que Lorena le echó ates de morir. Los personajes de los cuentos cobraron vida. Cada vez que Alberto dejaba la pluma, los personajes volvía a su libre albedrío, claro, como Olmos no los sometía al destino de su tinta, estos corría desde las sombras, maquinando, susurrando.
Alberto no podía permitirlo y condensó todas las historias y cuentos en un solo libro que manejara el destino de todos y cada uno. Cada noche proseguía sus historias, los manejaba a placer, Olmos era el creador y ponía y disponía a su antojo.
¿Sabes qué pasó después?, Olmos cada noche sigue escribiendo por miedo a que salten a su realidad, por miedo a que se acerquen esos seres de cuento, de la “fantasía”, de la otra realidad, de su mente.
¿Algún día se escaparían esos “seres” de la pegajosa tinta del Creador? ¿Quién sabe si ya ha sucedido o nosotros mismos somos una creación de una tinta de otro? ¿Quién sabe si tan sólo somos un sueño de una mente más grande?
En cualquier caso, la vida sería sueño y los sueños, sueños son.
Cuídate, y que no te abrume ser un sueño de un soñador soñado, y sólo amado, por el amor de un sueño perdido y olvidado, en el borde de la muerte, donde el ser y la suerte, se mueren por verte.

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