La maldición del loco

Estábamos en el salón central, el más grande de la casa: estilo barroco alrededor, lámparas de araña que iluminaban hasta la última curva de las columnas de la pared y un sin fin de fuentes de comida. Era una fiesta o una cena, no lo recuerdo bien, con muchas caras sonrientes, rostros que ocultaban la otra faz de la moneda, una malicia que se les enquistaba en el pecho. Cristaleras había muchas, pero, una noche oscura aplomaba fuera y la llovizna chocaba con los cristales, aunque nadie parecía oírlo.
Sonaba una suave música pero, tan pasional que el sonido era verso; más al fondo, cantaba un tenor corpulento, trajeado y con pajarita, a su lado un cuarteto de violinistas; todos ellos pasaban desapercibidos como quien pone música en una tienda de ropa entre el parloteo y los rumores de todos aquellos que acudieron a la fiesta. Vestidos de cóctel, maquilladas hasta la médula, ellos, figurines que aparentaban más de lo que podían imaginar; entre risas y comentarios el grupo cuya “magia” musical pasaba desapercibida, terminaba su actuación, pero a nadie le importó lo más mínimo.
Ya cansado decidí desaparecer del tumulto y me apoyé en una ventana de un balcón muy alto; miré al fondo, a lo lejos, al infinito, pero no vi nada, tan sólo sombras que ocultaban ese maravilloso mundo. Mi vida se iba envolviendo de una delicada pena que me pesaba en el corazón y hacía que cada vez me encontrara más angustiado, agaché la cabeza casi para desplomarme pero, retomé la fuerza y la levanté de nuevo.

Radiaba el Sol en todo el jardín del fondo, el cielo azul con gran intensidad, pájaros, flores, árboles. De repente, a lo lejos, oí una melodía de violín y se descubrió un violinista detrás de un árbol.
– Vente, sígueme.
Otro a lo lejos dijo lo mismo, y otro, y otro.
– ¡Salta te cogeremos!
Todos dejaron los violines y cogieron una manta blanca.
– ¡Salta nosotros te cogeremos! ¿Tienes miedo? ¡Confía en nosotros!
No lo pensé mucho más y me tiré. El tiempo se ralentizó y una extraña sensación se repartió por mi cuerpo, desapareció el miedo, la duda, el dolor, la pena, todo estaba radiado de una extraña luz.
Caí en la manta blanca y los violinistas salieron corriendo en fila hacia un laberinto, corrí tras ellos, pero una vez dentro, se separaron y empezaron a correr cada vez más deprisa hasta que al final, me perdí. Di vueltas y vueltas en busca de la salida aunque fue inútil, me había perdido sin remedio alguno.
Oí una voz muy ligera, quizá, de mujer, atrayente y dulce como un sueño; agudicé un poco más el oído para escuchar las palabras.
– Lo que está arriba, ayer estuvo abajo, lo que es joven, un día fue viejo, lo que es, antes no era, el mañana será presente, la nada lo es todo. Uno, dos, tres, mira al revés y verás la salida, sino está perdida la encontrarás, andas detrás de una mentira.
– ¿Qué quieres decir con eso voz de mi cabeza?
– Uno, dos, tres, mira al revés y verás la salida, sino está perdida la encontrarás, andas detrás de una mentira.
– ¿Podéis explicaros mejor?
– Uno, dos, tres, mira al revés y verás la salida, sino está perdida la encontrarás, andas detrás de una mentira.
– Es imposible decirte nada.
– …
Se hizo el silencio y salió una ardilla de un color un tanto peculiar, rosa llamativo, y los ojos muy azules, llevaba en las manos una bellota roja como una cereza. Se fue poco a poco acercando a mi zapato. Se paró en seco y tiró la bellota, empezó a hacer un gesto con la pequeña mano que tenía.
¿Qué podía hacer?, estaba perdido, podía seguir buscando por mi cuenta, pero los animales suelen tener buenos instintos y, seguramente, la ardilla ya conocía el lugar, la respuesta, era OBVIA…
La ardilla fue corriendo, dando saltos con la cola erguida, por muy pequeña que fuera no fue fácil seguirla, al final, acabamos en una plaza en medio del laberinto y desapareció.
De repente me volví a encontrar solo y perdido en aquel laberinto. Por lo menos sabía que había llegado más o menos al centro.
En la plaza había un montón de flores, rojas, blancas, naranjas, azules, de todos los colores, el sitio era agradable y se respiraba tranquilidad, era como una mañana de verano, con el fresco de la mañana y el sol dando un poco de calorcito, también había bancos y estatuas de mármol, y una fuente con muchos peces.
Me acerqué un poco para ver mejor los peces de la fuente y salió uno del agua, se puso de pie y me miro con sus grandes ojos, sus proporciones eran desmesuradas, comparando claro, con el tamaño que tenían en el agua, bastante altas para ser carpas, para considerar un poco la medida, llegarían por la cadera o un poco más de un hombre alto. Tenía cuerpo de carpa japonesa con dos bigotes y era roja como un demonio; fue dando saltos de un lado a otro y salieron unas cuantas más del estanque, no llegaron a rodearme porque cada una erraba sin destino fijo, iban perdidas de un lado a otro de la plaza, y salieron más y más. Volví a oír una voz.
– Un, dos, tres, mira al revés y verás la salida, sino está perdida la encontrarás, andas detrás de una mentira.
– Otra vez esa voz.
– ¡Plaffff!
– …
Cayó un libro enorme encima de una carpa y, la aplastó, como era de esperar, al rato salió un liquidillo color frambuesa por debajo del libro.
– ¡Plaffff!
Empezaron a caer unos cuantos libros más aplastando otras carpas y cundió el pánico, las carpas morían sucesivamente aplastadas por los libros, no había refugio posible, íbamos a morir.
Apareció, entre los gritos de las carpas y libros con restos de pescado japonés, la ardilla rosa haciéndome un gesto; me acerqué corriendo hacia ella, y sin más reparo, la ardilla abrió una puertecilla en el suelo y entramos los dos.

Me encontré sin saber como en extraño lugar en forma de cuadrado, muy oscuro por cierto, la cabeza me dolía y me encontraba como el que se despierta después de un profundo sueño. Miré a un lado y a otro, una nube lo cubría todo aunque no llegaba a tapar el cuadrado en el que me hallaba. Pero enseguida me dí cuenta de que no era una nube, era como polvo, era algo así como lo que ocurre cuando sacudes cosas antiguas, que se despierta por arte de magia un genio vaporoso de partículas diminutas.
En lo alto de una de las paredes había una oquedad que proyectaba un rayo en el centro pero no iluminaba prácticamente nada, se podría decir que era casi un adorno.
Justo en frente una puerta, imponente, poderosa, impertérrita, al igual que los portones de las catedrales o los castillos, a su derecha un hombrecillo que parecía dormido sentado en una silla. Me acerqué, dando pasos fuertes para hacer notar mi presencia, a preguntarle.
– Perdone buen señor ¿Sabe usted dónde estoy?
Levantó la cabeza para conversar conmigo y descubrió su rostro de anciano, pero tan humano y con una expresión tan amable que en lo sucesivo me sentí muy cómodo hablando con él.
– Buena pregunta ¿Dónde crees que estás?
– No lo sé.
– Has estado escudriñando este lugar ¿Es qué acaso no me puedes decir nada de él?
Me había mirado y yo si quiera me había dado cuenta.
– Hombre, poder… puedo decir cosas de él.
– Escucho atentamente.
– Parece un cubo, el ambiente es espeso, casi podría cortarse con un cuchillo, hay una ventana que proyecta su luz en el suelo, está aquella puerta y estamos usted y yo, claro está.
El anciano mostró una amplia sonrisa.
– Muy bien, muy bien, excelente, yo nunca lo hubiera desglosado mejor, fíjate, que yo hasta habría olvidado la ventana.
– Sí, pero sigue usted sin darme respuesta.
– Todo a su tiempo ¿No te sientes mejor en este sitio?
– No, la verdad es que no.
– Yo como ya estoy acostumbrado a este sitio, quizá por ello me siento bien aquí.
No parecía muy dispuesto a contarme como había llegado a este sitio, o como podría salir, así que decidí pasar a la acción.
– ¿Qué hay detrás de la puerta?
– Creo que material de construcción, ladrillos y esas cosas.
– ¿Y cómo lo sabes?
– Porque algunas veces pasa por aquí un Arquitecto, y confío en su palabra, según cuenta hace muchas cosas con ese material, pero su material es muy rebelde.
– ¿Cómo que rebelde?, ni que los ladrillos y el cemento se amotinen.
– Si más o menos, es un material raro, lloran, tienen miedo, dudan, pero también son felices, alegres, son materiales peculiares.
Después de lo que había visto últimamente no me sorprendía nada, no obstante, tenía que salir de allí.
– Ya me presentarás algún día al Arquitecto ese, parece buen hombre, no todos los arquitectos se arriesgan a trabajar con materiales… REBELDES.
– Él ya te conoce, está más cerca de lo que piensas.
– ¿Eres tú el arquitecto?
– Oh no, yo solo le cuido el sitio para cuando venga.
– ¿Cómo puedo volver de donde vine?
– Por la misma puerta por la que entraste, ¿Quieres irte ya tan rápido?
– Sí, le estaría muy agradecido si me ayudase a salir.
– Por supuesto.
El anciano se levantó, toco unos engranajes de la puerta, y empezó a chirriar, a articularse y se abrió. A fuera estaba completamente negro, no como en el cubo de allí, que estaba grisáceo.
– ¿De verdad quieres irte ya?
– Sí, no sé muy bien porque, pero sé que tengo que llegar a algún sitio.
– Entonces, marchad, nos veremos pronto, hasta luego.
Pasé y se cerró la puerta, todo estaba oscuro y caminé un rato todo recto, terminé tropezándome con algo y caí al suelo, me incorporé de nuevo y toqué una puerta y su pomo, abrí.

Aparecí en una biblioteca, miles de estanterías con libros antiguos, la decoración estaba ambientada en un estilo neoclásico, con mucha madera y el aspecto aunque parecía de ricos era acogedor. Se oían unos pasos de un lado a otro, un traqueteo incesante, pasos, pasos y más pasos; una sombra se deslizaba entre pasillo y pasillo, delante, detrás; salí corriendo hacía algún lugar de aquella biblioteca donde pudiera defender mi posición mejor; sombras aparecían y desaparecían como un suspiro. Me paré en seco. Las luces oscilaban.
Un grito ensordecedor retumbó en toda la sala, vi a un hombre corriendo, esta vez no como las sombras, era de carne y hueso, llegó a mi posición y yo iba a gritar, pero me contuvo el grito con su mano y se llevó un dedo a los labios pidiéndome silencio.
Otro grito, al fondo, no podía soportarlo más, estaba al lado de un desconocido y el corazón entre un puño y apunto de explotar. Otro grito, y silencio de nuevo, hombre estaba esperando a algo o a alguien, entre la tensión no podía si quiera mirarle, de todas formas llevaba la cabeza cubierta.
Los gritos cesaron, pero se oyó un gran estruendo, algunas de las estanterías se cayeron y el montón de libros se esparramaron por el suelo, el hombre de mi lado salió corriendo y me pidió que le siguiera. De pronto me vi envuelto en una marcha forzada hacia una de las puertas de la biblioteca, corrí cuanto pude y el hombre me grito:
– ¡No mires atrás!
Llegamos a una salida de emergencia y otros hombres entraron también, el que me acompañó se quedó dentro de la biblioteca y cerró con candado. Tras unos segundos escuché lo inevitable y golpearon la puerta repetidas veces.
Nos quedaba, a lo largo, un pasillo apenas iluminado por un par de bombillas, y al final, una sala iluminada con luces de neón, como una oficina, tenía pinta de pasillo de hospital, las paredes desarrapadas, sin decoración alguna, pero eso sí, estropeadas, pues, parecía haber pasado mucho tiempo aquel abandonado. Se seguían escuchando los golpes en la puerta de emergencia y el candado parecía ceder poco a poco, los hombres de allí corrieron hasta la puerta del fondo y yo los seguí. Pasamos de sala en sala, había camillas, ordenadores, papeles por el suelo, quirófanos y el blanco color que caracterizaba todo su alrededor.
Al rato de correr hacia ninguna parte paramos y los hombres aquellos se descubrieron la cara, eran blancos como la nieve, sus ojos azules como el mar y rapados completamente. Hablaron un rato en su idioma que no entendí, y luego, uno se dirigió a mí.
– ¿Qué haces ti aquí?
– No lo sé, venía de hablar con un hombre, se abrió una puerta y aparecí aquí.
– Uhmm… ¿Un hombre? ¿Puedes darnos más información sobre él?
– No mucha la verdad, decía que conocía a un Arquitecto, pero no hablamos de muchos más.
– ¡El Arquitecto!
Se hizo el silencio mientras estaban todos aquellos seres como alterados.
– muy bien, entonces debes seguirnos, ha llegado el momento, debes regresar de donde viniste.
– ¿Regresar? ¿Cómo que regresar?
– No te preocupes, síguenos y no pasará nada.
Seguimos caminando pero esta vez sin tanta prisa, llegamos a un almacén y nos metimos por una tapa en el suelo, en muy poco tiempo llegamos todos a través de una escalera a una alcantarilla. Ellos sacaron las linternas y fuimos avanzando en aquella maloliente cloaca, estaba todo recubierto de una mugrosidad que abrazaba cada rincón, pero ellos parecían resignarse y seguir con la marcha, sus sombras se proyectaban en las paredes con la luz de la linterna. Se oyeron unos susurros. Los hombres aquellos apretaron la marcha y terminamos corriendo. Dos de los hombres que nos acompañaban se quedaron atrás y desenvainaron unas espadas para protegernos de los entes que gritaban en la oscuridad.
Llegamos al final, esta vez iluminado, una pared de mármol enorme, se pararon los dos hombres y dijeron:
– aquí se acaba el viaje, la próxima vez piénsatelo mejor.
– ¿Cómo?
Me empujaron hacia la pared, me di un golpe monumental y perdí el conocimiento.

Desperté con la vista borrosa, mis manos contenidas por otras manos que me apretaban, dos caras me observan absortas, las recordaba conocidas pero mi recuerdo era difuso… quizá… había cometido el error más grande de mi vida…

2 pensamientos en “La maldición del loco

  1. El texto es algo complicado de entender, sobretodo porque me recuerda mucho a Alicia pero con un enfoque «muy tuyo». Aún así, es genial.

    Si pensamos desde otra perspectiva, fue la lección más grande de tu vida.

    Besos!

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