Ante la sociedad moderna, una sociedad violenta y predadora, el hombre ha de ser precavido pero esperanzado al afrontar la debacle, esta pléyade esperpéntica, con aptitud de espera de lo inesperado, creyendo en su propia naturaleza, en la naturaleza humana.
Si bien, el hombre que mantiene litigio, afrenta constante ante esta sociedad, una lucha incesante, agria y dolorosa, no ha de caer en el vértigo del pesimismo, en un limbo de desconfianza. La vida es un tapiz, delante, las miserias del mundo, detrás, las bondades que brinda la vida; el hombre ha de mantenerse con determinación en medio de este tapiz aún en la dificultad, guardarse de las singularidades de estos dos mundos, mirar las cosas por los dos lados y no perder la objetividad que dé luz a su camino.