Anda lento ante la ligera melodía de un ronroneo que salpica a cada paso su paraguas. Paladea el pavimento, una realidad en blanco y negro, un cigarro consumido tras otro. Desemboca en un final tenue, en la niebla que oculta, que hace desaparecer entre la oscuridad los matices de una realidad algo más difusa.
Una ventana, apenas iluminada, un cuerpo desnudo, níveo, como helado por un tiempo incierto, helado por la noche. Un arrebato de culpa arrancada de los labios, consumido por el deseo.
Aquella ventana, iluminada bajo lágrimas de candelas prendidas, olvidadas. Soltó el paraguas, golpeó el suelo, el sombrero lo guardó en su mano izquierda, en la otra, una llama que le hacía recordar que sus ojos aún eran reflejo de una esperanza hacia ninguna meta.
No le importó esperar hasta que un sonido repentino como de repicar hasta cuatro tintineos le arrancó, absorto, de un mundo que le había atrapado.
Como un vuelo, en un abrir y cerrar de ojos, desapareció de la ventana, quién sería, qué le hizo apoderarse de su mirada.
Continuó andando, más lento, ante la ligera melodía de un ronroneo que salpicaba a cada paso, esta vez su cara.