La puerta sonó al abrirse como un quejido. Entre besos y excesos de un deseo consentido, él, golpeó, en un arrebato de dominación cuerpo a cuerpo la puerta, procurando un silencio. Ella olvidaba que su cuerpo volaba mientras su mente seguía…
Sentía la respiración en su cara. El corazón moverse acelerado bajo su camisa blanca desabrochada. La distancia de sus labios que provocaban una interrogación insostenible. El mundo se quebraba, se derrumbaba, todo caía alrededor de su mirada.
La interrogación se hizo verso, como deslizándose entre su falda, entre su camisa. Se desnudó de prejuicios, o al menos así lo pensaba ella. Se desnudó de recuerdos, al menos por un tiempo.
Fue una falsa ilusión, la pretensión de volar, pero solo hasta donde el hilo, atado en su tobillo, permitía. Abrió los ojos envuelta en angustia. Sentía que se ahogaba en el calor de la cama. Se levantó y, sentada en un borde, tocó la sábana. Agarró un pedazo de ella con violencia entre una de sus manos. Se juzgó y suspiró mentalmente. Lloró. Desconsolada miró la ventana. Ella es el tiempo. Se consume. La abrió. Solo un palmo. La abrió para respirar, se ahogaba.
Él duerme, y ella, en la noche, se pierde más allá de la ventana. Enciende un cigarro. El fuego lame la habitación, ilumina tenue los cristales. Ella siente que se ahoga. Está perdida. Ella es tiempo. Se consume. Siente como el humo le llena los pulmones. Siente el frio de la calle. Le golpean las cuatro campanadas que le recuerdan la hora.
Se imagina caer. Imagina morir. Se imagina morir varias veces al día. Ella se está muriendo. Mira sus manos. Alza de nuevo la mirada, en el palmo entreabierto de las ventanas que la liberan de su angustia. El frío le recorre el cuerpo. Desnudo.
Recoge su ropa. Se siente sucia. Se viste y sale de aquella casa. Baja las escaleras a tientas, no quiere encender la luz. Llega a la calle. Apenas iluminada. Enciende otro cigarro. Llora. Cree dar pasos en falso. Quiere volar y se siente prisionera. Quiere olvidar. Dejar de sufrir. Dejar de ahogarse en vasos llenos de prejuicios, de anhelos, de recuerdos tóxicos.
Ella no sabe que no da pasos en falso. Sufre porque cura sus heridas, porque las toca de nuevo, y eso le hace sufrir. Se ahoga porque cambia de atmósfera, y con el nuevo aire le cuesta respirar. Ella es valiente aunque se cree débil por llorar. Se cree débil por ser humana.
Terminó el cigarro. Inhaló aire. Cerró los ojos. Dejó salir todo lo que tenía dentro. Fue un suspiro, esta vez de forma sonora. Dibujó una sonrisa forzada que apenas duró.
Caminó.
Ella es tiempo. Se consume.
Italiano
La giovane della finestra
La porta suonò all’aprirsi come un lamento. Tra bacci ed eccessi di un desiderio permesso, lui, colpì, in un sfogo di dominazione corpo a corpo, la porta, procurando un silenzio. Lei dimenticava che il suo corpo volava mentre la sua mente seguiva…
Sentiva la respirazione nella sua faccia. Il suo cuore muoversi sotto la sua camicia bianca sbottonata. La distanza di loro labra che provocavano una interrogazione insostenibile. Il suo mondo si spaccava, si abbatteva, tutto si buttava giù in torno alla sua sguarda.
L’interrogazione si fece verso, come scivolandosi tra la sua gonna, tra la sua camicia. Si denudò di pregiudizi, o almeno così lo pensava lei. Si denudò di ricordi, almeno per un tempo.
Fu una illusione finta, la pretesa di volare, ma solo fino dove il filo, legato alla sua caviglia, permetteva. Aprì i suoi occhi avvolta in angoscia. Lei sente sente che stà annegando nel calore del letto. Si alzò e, seduta sull’angolo, toccò la lenzuola. Afferrò un pezzo con violenza tra le mani. Si giudicò e sospirò mentalmente. Pianse. Sconsolata guardò la finestra. Lei è tempo. Sparisce. La aprì, solo un palmo. La aprì per respirare, si affogava.
Lui dorme, e lei, nella notte, si perde al di là della finestra. Accende una sigaretta. Il fuoco lecca la camera, illumina tenue i cristalli. Lei sente che si annega. È persa. Lei è tempo. Sparisce. Sente come il fumo riempiè i suoi polmoni. Sente il freddo della strada. La colpiscono i quatro rintocchi che le ricordano l’ora. Si imagina cadere. Imagina morire. Si imagina morire diverse volte al giorno. Lei si, stà morendo. Guarda le sue mani. Alza di nuovo il suo sguardo, nel palmo socchiuso delle finestre che la liberano della sua angoscia. Il freddo percorre il suo corpo. Nudo.
Racolge la sua roba. Si sente sporca. Si veste ed esce di quella casa. Scende le scale a tentoni, non vuole accendere la luce. Arriva alla strada. Appena illumita. Accende un’altra sigaretta. Piange. Crede di fare passi falsi. Vuole volare e si sente prigionera. Vuole dimenticare di soffrire. Smettere di annegarsi in bicchieri pieni di pregiudizi, di speranze, di ricordi tossici.
Lei non sa che non fa passi falsi. Soffre perchè cura le sue ferite, perchè le tocca di nuovo, e quello le fa soffrire. Si annega perchè cambia di atmosfera, e coll’aria nuova le fa sforzo respirare. Lei è coraggiosa anche si crede fragile per piangere. Si crede debole per essere umana. Finì la sigareta. Inalò aria. Chiuse i suoi occhi. Fece uscire tutto quello avveva all’interno. Fu un sospiro, stavolta di maniera sonora. Dipinse un soriso forzato che appena durò.
Camminò
Lei è tempo. Sparisce
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