Aprendes a sumar, caminar, escribir, leer, conocer gente, conoces a Dios, el significado del yo, del tú, del nosotros, del ellos. Tienes amigos, viajas, amas. Conoces el miedo, la vergüenza, la valentía o el coraje.
Todo es una suma. Va pasando el tiempo, los años, en el mejor de los casos llega la madurez. Llega el silencio. Y en ese momento llega algo maravilloso. En el silencio se puede escuchar. Se descubre realmente al mundo. A Dios. A ti mismo. Es el silencio la otra operación matemática de la vida. La resta. El quitar, sustraer. Hostil, cruel, dolorosa, nos asusta, nos aterra porque nadie nos enseño a restar. Vivir de dentro hacia fuera, sacando las entrañas a los demás y cuando volteamos la vista al interior es tal el miedo, que cerramos de un portazo a la vida, a lo más profundo del sentir de alma misma.
La operación que nos devuelve a la vida, que nos de-vuelve a la vida, es la resta. Vinimos del no ser, surgimos de la no existencia, del vacío, y fuimos, aprendimos a ser. El vacío, el océano, el desierto nos vuelve al no ser del que surgimos, reducidos a la infinitésima potencia de nosotros mismos. En lo esencial, lo más básico, donde menos es más, abriendo hueco al ser, a la vida, a la verdadera vida. La obra materializada del silencio. Así es la simpleza de la resta.