En una mesa de tres personas

Un amigo una vez me contó que quería mucho a su chica, él me dijo que la amaba tanto que casi no podía vivir sin ella. Cuando estaba conmigo parecía soñar dentro de una nube, siempre bebiendo de la fuente del recuerdo. Yo con la cabeza más fría, quizá por los desencuentros amorosos o quizá por no creer demasiado en el amor, le pregunté como amaba a su chica, la respuesta fue como la de cualquier otro enamorado; yo la quiero muchísimo, yo la quiero más que a mi vida, me dijo; una sonrisa se me escapó, y él me miró con una cara rara pero seguía en su nube viviendo en directo antiguos recuerdos. Sin intentar ser molesto le hice mi segunda pregunta, si alguna vez había pensado en como quería ella que la amasen. De repente la nube se esfumó, el recuerdo desapareció y volvió al mundo de los mortales; yo le dije, si, si, alguna vez te lo has preguntado; él entre reflexión y muecas a la cual más interrogativas dijo, mmm… Creo que no; para amar, le dije, y amar bien, hay que dar en justa medida, ni más ni menos, cuando vas al cumpleaños de un amigo, piensas que le puede gustar, su grupo preferido, tipo de música, libros y otros eteces. Y ¿Por qué no quieres a tu chica como ella quiera que la quieras?
Se hizo el silencio, y me dispuse a hablar de nuevo concluyendo, amar es un trabajo muy difícil, si lo haces en exceso puedes agobiar, si por el contrario lo haces en defecto se puede sentir abandonada, mira con los ojos de los demás y verás más allá del horizonte.

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