V Carta a la flor de té. El Café «De Lira Ire»

La tarde estaba bien entrada y hacia bastante frío, había estado nevando casi una semana y, a fuera, se agolpaba la nieve; mientras tanto, en la esquina de aquel bar se sentaba un hombre agradable, no era, sin duda, el típico alemán; sus rasgos, más bien finos y afables, el pelo rubio que apenas se le veía por el sombrero que llevaba puesto y unos bonitos ojos entre verde y azul. Tenía cara, pues eso, de tranquilo el buen hombre, había venido no hace mucho rato a fumarse el puro y a beber cerveza, acostumbraba a hacerlo algunos sábados.
Todo allí sucedía como siempre, algo colapsado por el humo, el barullo de la gente y el tabernero, gordo y calvo,  con su voz grave y profunda repartiendo a diestro y siniestro cervezas en jarra. En la otra punta del bar se ponía a tocar un joven el violín, no lo hacía nada mal y armonizaba, lo que le dejaba el alboroto, la estancia allí.
El caballero del sombrero iba a irse en breves instantes, cuando, entró una mujer por la puerta, oteó el horizonte lleno de humo, y se sentó en su misma mesa. Parecía preocupada, algo triste; tenía una larga melena oscura y unos ojos marrones muy grandes.
El caballero y la señora ya se conocían de antes; La mujer tardó un buen rato en articular palabra, estaba con los ojos vidriosos, y el caballero no sé tomó a mal la espera, que la asumió con pura cortesía. Encendió un cigarro tranquilamente mirando a través del cristal la tarde que ya iba muriendo en el horizonte; su rostro reflejaba amargura, pero, a la vez, una rabia incontenible que ardía como un fuego insaciable en el fondo de su pupila que, a cada calada del cigarro, iba diluyéndose poco a poco en un agua profunda. Al terminar el último suspiro de cigarro con su humo disipándose miró fijamente al caballero con sus grandes ojos marrones y dijo:
– Estoy… estoy triste.
– Ya te dije que no aceptaras mi regalo, la cabeza esa no da más que problemas, y ¿por qué estás triste? Si puede saberse.
– Estaba escribiendo un cuento, ya sabes, lo estaba casi acabando, y de pronto, sin previo aviso, desapareció, se borro, era… era bonito.
– Es una lástima, ¿es un error enmendable?, ¿te acuerdas de cómo era?, siempre puedes intentarlo de nuevo.
– Es que… me costó buscar las palabras adecuadas.
– Lo siento.
– Pero, además, sería el destino que no quiere que veas un cuento donde expongo mis sentimientos demasiado.
– ¡Dios mío!, cuanta desgracia junta.
– He estado leyendo algunas historias tuyas, siempre me parecieron bonitas.
– Muchas de ellas son improvisadas.
– Que qualité.
El caballero soltó una profunda carcajada.
– Hago lo que puedo; no busques las palabras, pues ellas te encontraran a ti, no fuerces la pluma pues tu mano fluirá sola, no pienses, escribe.
– ¡Madre mía! Te sale la sabiduría por los poros de la piel.
– Debe ser que esta tarde, que ya no es tan tarde, esté inspirado. He de volver a casa, allí los libros me esperan, cuídate y que tu tristeza se disipe como un viento de verano.
La señora se limitó a no contestar y sonreír levemente.
– Pero no busques la felicidad, ella te encontrará a ti.
El caballero le correspondió con otra sonrisa.
– Cuídate, ya nos veremos otro día.
– Esta felicidad es psicópata, ¿y si me apuñala?, tendré que proteger mis espaldas no vaya a ser que sea feliz.
El caballero estalló en una risa casi enfermiza.
– Eso, lleva cuidado que nunca se sabe.
– ¡Oh puñaladas de felicidad!
– Creo que deliras, harías bien volviendo a tu casa.
El caballero continuó con su historia particular haciendo caso omiso a ese último comentario.
– Mi sangre se mezclará con el veneno de la felicidad y moriré feliz, ¡oh no!
– No creo que sea tan malo como piensas.
– Pero, estás mal de la cabeza, es lo peor, ¡oh!
– Es lo mejor diría yo.
– ¡Dios, no sabe lo que dice, perdónala!
La señora cada vez más animada rió inevitablemente.
– Que la felicidad te atropelle querido amigo.
El caballero le miró muy sorprendido, como ofendido al principio, pero luego volvió a su risa contagiosa.
– Lo dicho, cuídate, que mañana será un día peligroso, la felicidad acecha en cada esquina.
– No lo dudo.
– Y cuando menos te lo esperes, pam, te hace feliz.
– Cuídate de ella.
– No lo haré.
– ¿No?, ¿estás seguro de ello?
– Sé que moriré asesinado por la felicidad.
– Yo… lo espero ansiosamente…

Un pensamiento en “V Carta a la flor de té. El Café «De Lira Ire»

  1. ohhh…
    ¡¡¡Por fin por fin por fin!! Menos mal que mis oraciones parecen llegar a buen puerto pues,esperaba noticias tuyas.
    ¿Cómo va esa cabeza feliz? Espero que en las nubes de siempre ^^.
    Tenemos mucho de que hablar compañero.

    P.D: yo también la espero ansiosamente aunque sepa que nunca volverá…

    Un fuerte abrazo,
    E.Niphredil

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