Y es cuando parte ese tren de la vida, en cuyo andén esperas, esperas a renunciar a todo, a olvidarte de tu viaje, del destino, de todos los sueños y quedarte con unas manos que te hagan bajar, con un beso que se pierda en el pitido del tren y olvidar a donde iba, de donde salía.
Quizá esto solo ocurra en las películas, esas en las que todo sale bien, en las que unos alcanzan el amor, el deseo, cumplen sus sueños y suceda lo que suceda, todo, acaba en un «y comieron perdices».
Pero hay vidas que no son así, al menos no la mía, he esperado en muchos andenes y me he montado en todos los trenes, ni los he perdido entre besos, ni ninguna mano me ha atrapado para quedarme; la vida es así de perra, la vida es así de puta, te lo da todo y no te da nada, a veces se olvida de ti , pero tú nunca de ella, porque… por lo menos en mi caso, siempre me ha dejado el sabor agridulce del éxito y el fracaso; el éxito, porque siempre me ha concedido la resolución a todos mis proyectos y, el fracaso, de renunciar siempre a algo, que casi siempre se refiere al terreno personal, y en el personal, el sentimental.
El tren salió y, como dije, otro día nadie vino a saludarme por la ventanilla, nadie grito mi nombre en el tren para bajarme. La vida es perra y nada más.
Ahora, en el tren de mi vida, me doy cuenta de que algunos no nacimos para ser felices, algunos no nacimos para parejas, ni amores, ni familia, ni amigos, nacimos para crecer y filosofar, para llegar a la cúspide de un sueño y arriba cambiar al mundo.
Siento que tengo una responsabilidad moral y ética con el mundo, y el me lo agradecerá por el camino del éxito, no me cabe duda alguna, nací para destacar y eso procuro, le pese a quién le pese, pero renunciaré a muchas cosas, y la felicidad es una de ellas, por lo que no muchos renunciarán cambiando esto por el éxito.
Por otra parte no es del éxito de lo que hablo , no es una carta para mostrarme grandilocuente y destacar mis virtudes, tampoco es una crítica a lo que no tengo ni tendré, solo, una decepción, quizá una búsqueda de consuelo e intentar asumir que en realidad no hay un color de rosa, que cada uno tiene un color con el que ve el mundo y, a mí, me tocó el azul.
Les miro con envidia, una envida que me enternece, que me hace suspirar triste y melancólico, suspirar por no estar yo en ese lugar. Pero el camino de los grandes es siempre un sendero lleno de renuncias hasta perder casi el aliento. Eso es lo que les hace grandes, porque vale más el camino por el cual los prohombres consiguieron sus sueños que los sueños en sí mismos; pero, ¿Qué queda después? ¿Qué queda cuando estás sin aliento? ¿Qué queda cuando el alma se te consume día a día? ¿Qué queda cuando esa sensación te golpea en el pecho fruto entre el llanto y la ira? ¿Qué queda?, a unos les queda la amargura, otros se vuelven santos, algunos se cubren de ira y muchos el desconsuelo puede con ellos y entran en depresión. Yo solo estoy desencantado, desencantado del amor, desencantado del que lo ha tenido todo y lo ha perdido, del que ama y renuncia, del que se quema y aguanta, estoico, la cura.
¿Sé cura el amor? ¿O es el desamor lo que necesita cura? y en el olvido tendré el recuerdo de lo que he perdido, trenes en andenes en los que nadie te espera, viajes que se hacen siempre con la misma compañera, soledad, siempre soledad.
Realmente no comparto tu opinión. No toda de una forma completa. Siempre hay momentos para todo, y a veces, hay momentos que aún no han podido llegar. No digo que esperes, digo que tengas esperanza que ya llegarán.
Un beso.