Murcia, antes Mursiya, la tierra rica en yeso, corte del más poderoso de los Omeyas, es cuna del cante jondo, el que nace del alma. Para deleitar a Abderramán II, el gran músico Ziryab inventó en este lugar la quinta cuerda de la guitarra, haciendo posible para los siglos venideros el esplendor del llanto de acordes que enciende las puertas de la madrugada.
Su sucesor legendario rey Lobo transformó Murcia de capital de un reino de taifas en capital de todo el Levante. Por doquier hizo piedra sus sueños.
Los cristianos llegaron, pero la magia de los moros se quedó para siempre en las calles de los gremios: de la trapería, de la platería, de los vidrieros.
Las mezquitas dieron paso a las iglesias, pero los murcianos siguieron enamorando por las noches el llanto alegre de la guitarra.
Dicen que túneles secretos serpentean bajo el subsuelo y unen la catedral cristiana con el antiguo castillo árabe de Monteagudo, como si pudieran unir el pasado con el futuro. Un futuro alado, en el que un hijo de Murcia, Juan de la Cierva y Codorniú, nacido en 1895, llegaría a inventar el helicóptero.
El río Segura al que por aquí llaman el Reguerón y su afluente el Guadalentín traían el verdor, pero también el miedo a sus alegres riveras. Quizás por eso pronto lo ataron, le pusieron cauces que frenaron el ímpetu del agua y su ambición destructora.
Toda Murcia es una huerta feliz, ya decía Unamuno que esta era la ciudad más huertana de Europa, o quizás la huerta más urbana de Europa. Huele a huerta y la huerta huele al agua bendecida y temida.
“Hija del verde y del agua, apacible como los frutos colmados crece el alma murciana feliz al calorcito de la tierra”. En palabras del escritor murciano Vicente Medina.