La miré a los ojos y me hizo volar con cada una de sus fantasías, abriles empapados en los sueños de sus labios. Abrió la puerta y aún espero, tras ella, como un gato sin dueño; y pienso, que aunque quisiera, no podría coger la mano que vi desvanecerse, aunque apriete su vida entre mis sábanas, sólo me quedan las mariposas que por ella vuelan, cada mañana, y me recuerdan a su mirada, que también se alzaba, más allá de las ventanas de mi cuarto, más allá de esta ciudad; ella más allá de la vida volaba. Ahora quizá esté aquí, quizá de otra manera, ayudándome a surcar el cielo.