De las palabras de Aristóteles1 se extrae un pensamiento común en la Grecia Clásica, «El mundo civilizado jamás podría funcionar sin la esclavitud», una unidad básica y fundamental para el funcionamiento de la Polis.
Muchos pueblos imitaron este comportamiento. En el transcurso de los siglos y en un nuevo marco ético-religioso obliga a remodelar y suprimir en parte este «término» por el de «siervo», y decimos, en parte, pues sólo cambia la palabra. Convirtiéndose el siervo en el esclavo de la Edad Media, anclado a su Señor.
Más adelante con la llegada del «progreso» la mano de obra se aliena, trabajadores que llegan a sus puestos y se venden, serán los siervos del siglo XVIII. Son ideas que tampoco agradan y se van adornando con pequeños derechos, vacaciones, seguridad laboral, pagas extra. No están obligados a asumir esas labores directamente, pero ¿A caso les queda otra salida? ¿A caso no se ven abocados los ciudadanos a aceptar trabajos cada vez peor pagados, con más horas y menos derechos?
Hoy, la historia del pueblo oprimido, esclavo y servil, a priori, nos parece una difusa fantasmagoría, y efectivamente no es visible a los ojos de los que no quieren ver; «La vida es muy peligrosa, no por las personas que hacen el mal, sino por las que se sientan a ver lo que pasa»2. Son las típicas respuesta de «Al menos tengo trabajo», «podría ir peor», «No es remunerado pero al menos obtengo experiencia», típicas actuaciones que no sólo perjudican al propio ciudadano sino a toda la comunidad.
Si nos alejamos un poco de ese mundo al que llamamos civilizado de todos aquellos que nos hablan de huellas ecológicas, de cuantos residuos generamos, cuanto dióxido de carbono producimos, cuanto derrochamos o consumimos, ¿Escucharás hablar de cuanto sufrimiento, explotación y muerte genera lo que consumes?
No escucharás hablar que ese ordenador que compraste mató a dos personas en el Congo por una guerra generada por el Coltán que se ha cobrado a más de 5,5 millones de víctimas, ni escucharás que los plásticos producidos y la gasolina que consumes acrecenta día a día las diferencias sociales en Arabia Saudí, Iraq, Kuwait, Emiratos Árabes, Libia y Nigeria fomentando una sociedad explotadora y servil, ni que los países desarrollados son los mayores productores de armas.
No, no querrás escuchar eso de un producto que compras habitualmente, ni en tu día a día, ni en la escuela, colegio, universidad o trabajo, no lo querrás escuchar de tu gobierno ni de los programas de televisión, es tu ojo crítico, tus miras, las que deben ir más lejos de ese mundo hedonista y censurar las injusticias cotidianas y sutiles que se te presentan todos los días. Creemos que no ver, no escuchar, no sentir el sufrimiento cercano nos exime de culpa, creemos que no ser nosotros los explotadores directos, no ser nosotros quienes apretemos el gatillo nos quita la culpa. Estamos equivocados, contratamos sicarios para lavarnos las manos. Álzate, cambia el sistema, no busques justificaciones a un mundo levantado sobre la esclavitud, la opresión y el sufrimiento ajeno. La sociedad se ha habituado a estas noticias, está deshumanizada completamente hasta tal punto, que muertes y sufrimiento son para nosotros números, estadísticos sin importancia.
Revélate, los grandes hombres fueron simples hombres y un golpe en la mesa y un ¡Basta! les valió para cambiar el mundo. Cambia tu mundo, hacerlo es posible, en la sociedad no existe la Ley de las Equivalencias, para que un hombre sea libre, no hace falta uno prisionero de la voluntad de ningún otro, para que un hombre viva bien no hace falta otro explotado y oprimido, para ser feliz no hace falta otro triste, no te alces en el mundo arrodillando a los demás, crece irguiéndote y quitando prejuicios y vendas en tus ojos, tú eres la base del cambio.
1 Aristóteles, Política, Libro primero, Capítulo II, De la esclavitud
2 Albert Einstein