Los desmanes del pasado a veces dejan duros recuerdos. Como instinto de supervivencia, que de otra forma no podríamos afrontar nuestro día a día, vamos dando un paso hacia el olvido, hacia el perdón, el consuelo, y si todo funciona, la paz. La vida más allá del 2000 deja una amarga estela, la imposibilidad de olvidar, todo queda grabado, todo queda escrito, todo queda en la red. Al igual que en nuestra mente, el olvido nos hace falta para vivir y mucho más para progresar. Las experiencias positivas aportan luz a nuestros pasos, arrojo, seguridad. Pero ¿Y las negativas?. Las negativas son una cuesta que nos es muy difícil subir, incluso, a veces, no superamos jamás. ¿Cuántos amigos de la infancia se prometieron la amistad eterna?, hoy fugaces palabras que se ha llevado el viento. ¿Cuántos labios se juraron no separarse? y han pasado del amor al odio en menos de una fracción de segundo.
Es inevitable sentir cierta nostalgia de qué fuimos, qué somos. Ni peor, ni mejor, simplemente diferente, pero la sensación trémula de inestabilidad y devenir nos crepita el alma y resiente el corazón. Amigos que han sido como carne de la carne, razón de las entrañas, hoy son menos que nada, menos que aire, una sensación invisible. Incluso familia que se pierde hasta desvanecerse en el silencio del olvido.
De todo esto no hay nada que aprender, más bien desaprender lo aprendido, volver a fluir y dejar pasar. Volver al origen de lo que fuimos aún con nuestras magulladuras, volver a mirar con ojos de quien nunca fue, nunca vivió y nunca sintió, para volver a ser, vivir y sentir y, abrir hueco al futuro que está por llegar. Cuando pasan los años, hay muchas cosas que desaparecen, pero el sentimiento de culpa está ahí, está si es la lección, el autoperdón, la carga de la culpa del olvido y el devenir que cada individuo lleva hasta que se da cuenta de su peso. Es hora de perdonarse, no está de más recordar esto cada cierto tiempo, parar, analizar el pasado, y decir, hasta aquí la culpa. No es algo que se haga un día y no se tenga que volver a hacer jamás, es una lucha constante entre el ser y el devenir, un sentido trágico de la vida que se retoma como el recuerdo, sin saber cómo, ni por qué, una simple advocación, nos trae una brisa que nos sabe a pretérito, donde el vencedor, será siempre, el devenir.