Juraría haberla cerrado

Algo estaba a punto de venir como el que espera una llamada de teléfono. He comido y limpiado la casa. He tenido que apuntar en una lista que debía hacer, me costaba concentrarme. Más bien no tenía capacidad de concentración. Tenía la sensación de hacer todo mecánico como si el que lo estuviera haciendo no fuera yo, somo si yo fuera solo un mero observador.

Tomé una siesta de treinta minutos, quizás menos. Me desperté a las cinco y media de la tarde. Todo lo estaba haciendo inusualmente lento como si me pesara. Comí tarde, limpié la casa tarde, me acosté tarde a tomar la siesta, como si el día se hubiera enlentecido varias horas.

El corazón lo sentía más acelerado, como cuando camino con cierta intensidad. Una ligera dificultad al respirar. Arritmias cada diez o quince minutos. La ansiedad no paró, fue llenando todo como un grifo de agua abierto, como agua… Como agua se fue llenando todo. Las cosas centelleaban, como si brillaran más que de costumbre. No reparé en el hecho de que estaba perdiendo un poco la visión en el ojo derecho hasta que no fue más evidente. Estaba más pendiente de respirar para tranquilizarme y controlar mis pulsaciones. En mi desesperación rebuscando los cajones de mi cuarto encontré dos pastillas de Diazepam y tomé media. Cuando tenía episodios fuertes de estrés las tomaba y solía ayudarme a relajar el cuello, la mandíbula y el trapecio donde cogía una tensión brutal.

Una sensación pesimista me invadió sin poder hacer nada. Sentía que me ahogaba. Me cuestioné todo ¿Qué estaba haciendo con mi vida?, ¿era un fracasado? Todo estaba mal, mi empresa, mis relaciones, mi familia, era un iluso, un ingenuo, era un ser detestable. Empecé a odiarme sin ningún motivo. El dolor me hizo darme cuenta de que estaba clavándome las uñas y apretando los dientes. Volví al cajón y tomé la otra mitad de la pastilla.
Empecé a notar el efecto del Diazepam, aunque no como siempre. Había estado tomando otras cosas “de origen natural”. Hacía ya muchos meses que sufría ansiedad, y al despertar tomaba valeriana, salvia, laurel, tomillo, romero, y un sinfín de hierbas que fueran “relajantes” durante todo el día.

Abrumado por todo aquello me preparé un baño de agua caliente y me sumergí. Recuerdo el agua tibia y el respirar profundo para elevar mi cuerpo hasta sobresalir levemente mi pecho y luego dejarlo caer soltando el aire. Recuerdo el silencio solo roto por las vibraciones de la casa de algún vecino propagadas por el agua.

Recuerdo también sudar aun estando en el agua. Me dormí en la bañera. Me desperté frío. Temblando. El agua se había enfriado, llevaba allí algo más de 2 horas en la bañera. En lo primero que reparé fue la puerta del baño. Pensé que la había cerrado, juraría haber cerrado la puerta cuando entre a darme un baño, pero la puerta estaba entre abierta. Sentí que al otro lado alguien me miraba. Sentí su respiración detrás de la puerta. Inmóvil. Observándome. Sentí que el corazón se me paraba, volvía a latir deprisa y se volvía a parar. Esa sensación de angustia me recorrió todo el cuerpo. ¿Quién estaba en mi casa? Sentí pasos. La puerta moverse de forma apenas imperceptible.

Aparatosamente intenté salir del agua. Sentí las piernas lentas y torpes. Me estiré para alcanzar la toalla, pero se calló al suelo. Sentí haber perdido las fuerzas en las manos. Cerré la puerta rápidamente poniendo el pestillo y me vestí. Esperé unos minutos a escuchar algo en la casa, pero no oí nada.
Abrí la puerta, encendí todas las luces y miré en cada habitación, debajo de las camas, en los armarios. Aparentemente no había nadie. Escuché la puerta de casa cerrarse. Un escalofrío me recorrió toda la columna. Corrí a la entrada, pero no había nadie.

Estuve tentado de llamar a alguien, pero… ¿Quién me creería?, no era la primera vez que me pasaba, sería fruto del estrés o de la ansiedad.

Estaba muy mareado, me tumbé en la cama, tenía un dolor fuerte en el estómago y la boca seca. Tomé un trago de agua. Me faltaban fuerzas para coger la botella y se calló al suelo derramándose parte del agua. Me sentía muy cansado. Cerré la puerta de la habitación y miré de nuevo en los armarios y debajo de la cama, como era de esperar no encontré nada.
Me acosté en posición fetal para mitigar un poco el dolor del estómago, me pesaba todo, sin poder evitarlo me quedé dormido.

Al día siguiente la puerta de la habitación estaba abierta. Juraría haberla cerrado.

Un pensamiento en “Juraría haberla cerrado

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