1. El sueño y la idea efectiva

1.1. Introducción

El sueño y la idea efectiva se sitúan en el contexto de qué queremos hacer y qué es lo que debemos hacer; son, por así decirlo, las ilusiones (el sueño) que encierran nuestros gustos y, por contra partida, el esfuerzo (la idea efectiva) y los medios para ponerlos a cabo y que fructifiquen.
La idea efectiva es el patrón control del sueño, pero a diferencia de lo que todos podríamos pensar, dar más cabida a la idea efectiva no es sino, a la larga, cargar un propósito de frustraciones.

Estos dos conceptos son medios de un propósito común, el sueño, representa la energía que nutre el camino y, la idea efectiva, es la guía para llegar al destino.
Las distancias de nuestros objetivos juegan un papel fundamental en el equilibrio de estos dos conceptos. Si los objetivos son a corto plazo los sueños no tendrán que ser muy importantes o, por lo menos, no en gran cantidad, precisamente porque la meta que deseamos cumplir es pequeña y, obtendremos la recompensa en un corto plazo de tiempo.
Pero… ¿Y si nuestra finalidad se sitúa en un plazo largo, a varios años por ejemplo? Entonces será mejor replantear la estrategia; los objetivos a largo plazo están muy tentados a la frustración, y estos suelen sufrir batacazos o reveses imprevistos y frecuentes, y aunque no hay que desesperar hasta las voluntades más férreas se replantean si realmente el objetivo era lo que buscaban, si merece la pena o si simplemente es lo que siguen queriendo.
Los objetivos a largo plazo requieren de sueños fuertes y grandes cantidades de refuerzos del propio objetivo a fin de reafirmarnos, y en los momentos más críticos de la meta seguir luchando y seguir adelante.

La experiencia, en este campo, puede hacer una labor tanto beneficiosa como perjudicial, pues los objetivos cumplidos también son sueños y nos dan fuerza para progresar en los nuevos objetivos. Por ello, es importante conocerse, ni infravalorarse ni alabarse, ser críticos con nosotros mismos es fundamental; no se pueden elegir objetivos muy grandes o jamás los conseguiremos y esto incrementará nuestra negatividad y frustración; ni asumir objetivos de riesgo nulo, que no nos harán crecer.
Somos nosotros mismos los que solemos reafirmar el pensamiento negativo y frustrar nuestros objetivos y sueños.

Si negamos nuestros sueños, estaremos negando nuestras esperanzas en conseguir un fin, y sin esperanza jamás conseguiremos lo que queremos. Los propósitos a largo plazo suponen un obstáculo extra, y es, que no podemos ver la luz hasta que estamos ya muy cerca del objetivo cumplido, mientras tanto sólo podemos andar a tientas e intuir que lo estamos haciendo bien, tener fe, tener esperanza.
El fracaso puede encontrarse aún después de tanto esfuerzo, no hay que desesperar; pero será mucho más difícil volver a empezar algo de nuevo. Debemos aprender de los errores, pues serán la parte fundamental y más valiosa de los fracasos, pero habrá que apartar el pensamiento negativo de los nuevos objetivos o no nos dejarán avanzar.

«El sueño y la idea efectiva deben ir unidas para conseguir los objetivos»

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