Conjuro de luces como un baile incesante, efímera y astral melodía, un pozo mistérico de recuerdos oníricos.
Qué siente el cosmos cuando tras eones el fulgor de un sueño estelar pierde el aliento aletargado en una amnesia senil, cómo su lustre cada vez más apagado y opaco se vuelve ónix vítreo reflejo de sus deseos, de sus intuiciones.
No hay armonía en el pensamiento, hay enigmáticos anhelos de la psique que desde sus entrañas sensiblemente puede percibir, al igual que aquello que se pierde en un tifón incontrolable de tenebrosas e ignotas tinieblas. Tampoco hay geometría en el conocimiento, como la dorada de las Hespérides, embaucada en un trance óbito, una inmersión en las ruinas de lo hodierno, una espesura plagada de calígine.
Son estas ideas los candiles de nuestros días, ambrosía para la razón, ecce aether para el credo del universo.