La miré a los ojos y me hizo volar con cada una de sus fantasías, abriles empapados en los sueños de sus labios. Abrió la puerta y aún espero, tras ella, como un gato sin dueño; y pienso, que aunque quisiera, no podría coger la mano que vi desvanecerse, aunque apriete su vida entre mis sábanas, sólo me quedan las mariposas que por ella vuelan, cada mañana, y me recuerdan a su mirada, que también se alzaba, más allá de las ventanas de mi cuarto, más allá de esta ciudad; ella más allá de la vida volaba. Ahora quizá esté aquí, quizá de otra manera, ayudándome a surcar el cielo.
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Mischung
Porque los recuerdos pesan tanto cuando pájaros azules vuelan en mi corazón; ambos juegan como el que persigue un beso, robándose el aliento, jurándose volver a verse, atormentándome y sometiéndome a evocar aquello que fue y no será.
Son el aire que lo inunda todo, son el esperar de una visita, colmada de incertidumbre… de duda.
Català
Perchè els records pesen tant quan ocells blaus volen al meu cor; ambdós juguen el que persegueix un petó, robant l’alè, jurant tornar a veure, turmentant-em i sotmetent-em a evocar allò que va ser i no serà.
Són l’aire que ho inunda tot, són el esperar d’una visita, plena d’incertesa… de dubte.
English
Because when the blue birds fly in my heart, the memories weigh so much; both are like tender kisses on my lips, stealing my breath, promising we’ll see each other again, torturing me, making me evoke what once was and will never be.
They are the air that floods everything the hope of a visit, full of uncertainty… of doubt.
Italiano
Perchè i ricordi pesano tanto quando uccelli azzurri volano nel mio cuore; entranbi giocano come quelli che inseguono un bacio, rubandosi il respiro, giurando di tornare a vedersi, io mi tormento e mi sottometto ad evocare quel che è stato e non sarà.
Sono l’aria che inonda tutto, sono l’attesa di una visita, colma di incertezza… di dubbio.
Otro viaje
¿Cómo huele ese momento de despedida, de manos agitadas, batidas al viento en pos de un hasta luego?
El momento en el que a toda velocidad despegas hacia otro lugar, dejando todo atrás, en aras del porvenir, de un destino incierto, inseguro… y atesoras ese suspiro de tiempo, esa despedida intentando no olvidar ni uno de sus detalles.
Nos inspira el amor, los reencuentros, la amistad, pero también el recuerdo y el olvido, las despedidas y las dificultades.
Agotado y soñoliento me deparaba un futuro incierto en una flecha luminosa que atraviesa el ocaso. Miré a mi derecha como el sol lamía las montañas en un desesperado intento por resistir a su impasible rutina, aferrándose a vivir desangrado entre purpureas y cárdenas manchas de profusa vitalidad, lenguas de fuego se deshacían en los confines del mundo hasta sucumbir a la noche.
Nuestra flecha no sucumbió, ella, a toda velocidad, bajo los rugidos de su voraz estómago, apartaba la noche a su paso, quebrantando la oscuridad. A fuera, gatos veloces de ojos brillantes, seguían lenguas negras plantadas en la tierra hacia lugares desconocidos, sepultándose de nuevo en ese velo azulino que ya lo poseía todo.
La noche nos acechaba insaciable y salvaje a la caída de aquel que agonizó entre las montañas y yo era arrastrado por aquel gigante luminoso que aún sobrevivía a esa batalla de luces.
2. Relatividad del suceso negativo
La parte anterior http://wp.me/pRdBS-j9
Hablaremos de las experiencias negativas; éstas suelen ser una pesada carga y si no se llevan como es debido pueden suponer un peso casi insostenible, una barrera inquebrantable que producirán miedo, ansiedad, una corriente de pensamientos perjudiciales sin ningún objetivo mas que herirnos.
Todos los seres humanos tenemos experiencias negativas, los animales las tienen, todo lo que está vivo tiene experiencias positivas y negativas. Las plantas si tienen poca luz se alargan y buscan el punto más luminoso, las bacterias frente a los antibióticos se hacen resistentes, los animales buscan sus tretas para encontrar comida por alta o lejos que esté migrando o ayudándose. La naturaleza no da la opción a sucumbir, busca sobrevivir en un mundo hostil, de un suceso, busca el progreso, adaptándose a los cambios y a las dificultades.
Nosotros buscamos algo más que sobrevivir, buscamos vivir; nuestra condición de «racionales» nos ayuda a esa búsqueda, pero si no se sabe cómo puede llegar a ser un muro inquebrantable, la mente juega a favor y en contra dependiendo de cómo la enseñemos.
Las experiencias negativas son ladrillos en la vida, crean torres inexpugnables, algunas veces, tan altas que llegamos a perder el sentido de la altura, pero siempre, y repito, siempre, tienen un principio y un fin, aunque nos parezca lo contrario, todas las torres caen.
Hemos hablado del pensamiento negativo, éste es fruto de un cúmulo de malas experiencias, sólo nos proporcionarán fallos, inseguridades, miedos, !Pero todos infundados¡
Creer que un paciente se va a recuperar agiliza su mejora, es un hecho, ser positivos nos reporta, siempre, más y mejores resultados.
Es duro fracasar, que no nos correspondan en el amor, separarse, perder el trabajo, cambiar de carrera, cerrar un negocio, sufrir injusticias. En la mayoría de los casos hay algo que podríamos haber cambiado para que no se produjese dicho final, aprender de esta difícil experiencia y en el caso de que fuera totalmente perjudicial, no volver a repetirla.
El ser humano es negativo por naturaleza, le protege frente a los peligros del mundo, pero en el siglo XXI, el miedo no es una forma de vivir, el cerebro selecciona el pensamiento negativo y lo potencia, nos podrían decir 50 veces te quiero, pero una sola vez que nos dijeran te odio o que no somos de su agrado, nuestro cerebro lo focalizaría de tal forma que seríamos incapaces de ver todo lo demás.
Es aquí donde aparece la experiencia negativa, si cada vez que realizamos una acción, nuestras experiencias negativas pesan, será muy difícil llevarlas a cabo. Las experiencias negativas son experiencias también, no lo hemos de olvidar, y suelen tener su parte positiva, aprovechemos esa característica para afrontar un nuevo reto.
En definitiva, los pensamientos negativos son trampas que nos ponemos nosotros mismos. Los retos, en ocasiones, son suficientemente duros como para minar nuestra voluntad gratuitamente. Luchar contra el mundo es duro, luchar por los sueños es difícil, pero no podemos afrontar nuestra vida de forma plena si tenemos el enemigo en casa. Si nuestra voluntad es férrea podemos lograr muchos retos, para conseguirlo debemos empezar por nosotros mismos, liberarnos de los pensamientos negativos y afrontar las experiencias negativas.
«La negatividad sólo es una cárcel de nuestra propia mente»
Mi príncipe Azul de metileno
Hay un príncipe en mi corazón, lleva corona y es presumido, vanidoso y soberbio. Quizá no sea el mejor príncipe, quizá no sea ni príncipe, pero es mío y está en mi corazón.
Hace tiempo que hablamos y las cosas no van muy bien, o van pero no quiero escucharle, y por eso sé que van mal, sea como sea prefiero hacerme el loco y hacer como si nada, como que es todo igual o que no me doy cuenta, a lo mejor el príncipe soy yo y no él, pues no quiero perder los nervios, sentirme frustrado porque no puedo hacer nada, porque estoy encerrado y me gustaría gritar y no puedo, por querer guardar las formas, por querer aparentar lo que no soy, y quien no soy, y parecer normal cuando, quizá sea todo menos eso, quizá por ello que el príncipe sea yo y no él.
Pero hoy hable con él en serio, y como me sucede a menudo, tengo la sensación de que somos la misma persona, hacemos casi todo igual, ¡fíjate!, ¡Quién lo diría!, ¿Él y yo la misma persona? Bah… Tonterías. Pues le contaba que las cosas no van bien, él ya lo sabe, y como siempre hace, espera callado a que le cuente todo, siempre hace lo mismo, en ese momento el sabe que yo sé que ya sabe lo que voy a decir, pero actuamos de forma cómplice, y yo cuento mi versión, me libero, y él hace de tripas corazón.
Sabe que lo que le cuento lo magnifico, casi siempre, porque sabe que soy muy pasional con estos temas, será que me lo tomo muy a pecho, pero… No lo puedo evitar, me cae como una losa en el pecho, me pesa a plomo.
Él me comprende y relativiza lo que digo y hago. Me siento afortunado de tenerlo, para seguir conmigo es profundo amor lo que tiene que sentir por mí, de otra forma no seguiría conmigo.
Estaba triste aquel día, llevaba sin ser feliz tiempo, ahora también, no más que antes porque había aprendido a jugar a ese juego de compensar la realidad con sucedáneos, como en vez de tomar fresas tomas chicles con su sabor, como compensar el amor con sexo sin medida.
Él me miraba a veces como apenado, pero los dos sabíamos que yo no podía hacer nada y él no podía luchar contra eso, me compadecía y los dos esperábamos que fuera una situación pasajera.
Pero aquí estaba yo, esto era lo importante, lo que llevaba tiempo queriendo decirle, que él sabía y yo sabía que él sabía, aunque decírselo me daba vergüenza, era violento para mí, y a la vez muy natural.
Quizá el lector no entienda estos requiebros, pero hay ocultas más oscuridades de las que parece. Le conté que era huérfano; no nací huérfano, fue más tarde, mucho tiempo después que me di cuenta de ello, que aquellos padres que creía tener un día desaparecieron ante mis ojos, seguían conservando sus rostros, pero su mirada era diferente y tras largo tiempo comprendí que habían muerto, que sus almas se habían consumido tras años convulsos y sus ojos no miraban igual porque sus corazones latían diferente, y sus manos no obraban igual. Eran ellos y no lo eran, como cuando amas a alguien y es algo de ti, que cuando ya no lo amas quieres que desaparezca, como la diferencia entre una casa y los materiales de obra. Y ellos habían desaparecido para siempre, tal y como yo los conocía.
Efecto Coriolis
Hoy escuché un vídeo que decía:
«La educación tiende a estandarizar, a encauzar talentos, a penalizar el riesgo de pensar diferente… Es el momento de cambiar.
Cuando vas a la Universidad ese don único con el que has nacido sigue allí, latente, aún tienes todo el potencial para brillar, y ahí está nuestra misión, ayudarte a alcanzar la mejor visión de ti mismo, sabiendo que cada uno aprende de forma diferente, las reglas del trabajo han cambiado para siempre, creemos que la gente trabajará de otra manera, sin fronteras, que tu profesión será parte de tu vida y disfrutar con el trabajo será imprescindible para ser feliz.»
Fue tan reconfortante escuchar aquello, tan cierto, que no puede hacer otra cosa que rendirme ante esas palabra.
¿Es una utopía pensar así?, ¿es una utopía hablar de una humanidad libre, de una humanidad de hombres libres? Suena tan maravilloso… Libres de pensamiento, que no vivamos alienados frente a los excesos de una sociedad explotadora.
Y ahora lo más importante, una sociedad feliz, donde sus sueños quedan realizados, una humanidad de soñadores que puedan volar, que no tengan miedo, que levanten la mirada al cielo y no la aparten hasta encontrar su estrella, hasta saber que brillan aún en medio del cosmos. Es el conjunto el que hace las constelaciones pero cada estrella cuenta, no hay océanos sin agua y cada molécula está allí para ser testigo de un hecho.
Hace años me asaltaba la desesperanza, hoy cada vez veo más ejemplos de superación, de lucha, de reivindicación. Hacer fuerza para ir contra corriente, para superar lo establecido es difícil, pero hoy sé que la humanidad saldrá adelante porque esos hombres libres brillan y se resisten a las fuerzas de inercia que la sociedad les preparaba, rompieron los sistemas y romperán los esquemas establecidos.
Hemos nacido con un don único para brillar, y ahora ¿Te atreverás a ser un hombre libre o te dejarás alienar por el sistema?
Saca tu mejor yo, brilla, iluminemos el mundo
El lenguaje de las Crisálidas. Introducción
¡Qué dura es la realidad cuando todo los pilares de tu mundo caen!, donde el Dios en quien creías no es tan inmortal como podía parecer en un principio, donde tus padres y tus mayores no son ni tan poderosos ni tan sabios como parecían, donde las mentiras que adornaban tu mundo se desvanecen y muestran la realidad como es, humana, pragmática, sin adornos, es cruda como la carne sin hacer.
Pero aprendes a volar, a caer, a buscar la felicidad en todos esos sin sabores y la belleza en la inmundicia del mundo, a creer también, pero ni en un corazón, ni en su profunda fantasía, sabiendo que no despertarás, que esto no es un sueño. Quizá mudo, quizá absorto pero no de rodillas, como se adora a Dios ante su altar, será un desengaño, eso, nada más.
Sólo hay algo que permanece allí, en tu vida, siempre, como atado a ti, como enlazado a tu alma, es el amor. Ha cambiado de ropa, ha crecido, ha envejecido contigo y madurado, viene contigo a ese mundo, donde ahora las cosas tienen consecuencias, donde ves los dientes a los lobos con piel de cordero, donde las abuelitas cocinan galletas y tienen vida nocturna y llegan esos años en los que te sientes desbocado y no bajas a jugar buscas otro tipo de juego.
Ahora toca la parte más difícil, aceptar el mundo tal como es, aceptarte tal como eres en el mundo, o errar eternamente en un abismo donde no encaja ni uno ni otro, ¿Tiempo? ¡Dátelo!, nunca será tarde si la dicha es buena, aunque te llevara la vida entera y en tu última exhalación encontraras la paz de conciliar dos identidades tan notables y verdaderas que se asustan la una a la otra. ¿Qué soy yo en el mundo?, ¿Por qué si yo antes lo veía tan acotado ahora es un abismo al que no puedo ni mirar? ¿Qué ha cambiado?. El mundo no ha cambiado, fuiste tú, se te ha quedado pequeño, puedes volver atrás, a encerrarte en tu antiguo y yacente mundo, creer que el nuevo no estará allí, fuera, acechándote, y nadie podrá protegerte, porque tu yo, también ha muerto con él. Las mariposas si vuelven a su capullo no se transforman en gusano, es una evolución sin retorno, puedes creer que volviendo a tu guarida escaparás, pero jamás será cierta tu ilusión, y tarde o temprano, volverá a ti. Atrás queda el lenguaje que hablaban las crisálidas.
La petite mort
Noches que no me dicen nada, siempre vuelvo con la misma sensación de haber vivido y no lo suficiente, pensando en aquello que hago y que, quizá, no debería, pero… qué más da.
Siempre busco ese momento que me diga que sigo siendo humano, que queda algo de humanidad en mí, que la vida no es monótona ni aburrida.
Llego, ya lo tengo todo muy calculado, cada día es diferente, cada día es igual, es para mí una droga que me hace cerrar los ojos, morderme los labios, morir por segundos, expulsar el corazón por la boca si alguna vez lo había tenido, y seguir, lentamente después de la caída de una montaña rusa. Vivir ese despertar maravilloso, sin nombre, lleno de suspiros expulsando todo el aire de los pulmones, empapado en sudor, empapado en problemas que a los minutos condensarán, se enfriarán, pero puedo disfrutar mientras de esa paz, de esa nube vespertina, sutil, silenciosa quebrada sólo por mi respiración. Todo se viste de blancos vacios, abrazado por la nada me encuentro frente a mí mismo, sin nada más, abismalmente sólo, desnuda el alma, y contemplándome, deslizando lentamente mis miradas sobre mi cuerpo. Me encanta esa sensación. Esa sensación ególatra y narcisista, de sentir cómo se adora con devoción aquello que se quiere, hasta que mi alma, recoge una a una sus vestiduras y se viste de problemas, de experiencias, de amor, mentiras, felicidad, odio, autodestrucción y vanidad; se viste de todas ellas, abre la puerta y sin hacer ruido se marcha, creyendo que no tendrá que volver, que esta vez sí lo ha conseguido. Se va entre mentiras, bellas mentiras, que le harán volver.
Catherine
Ahí van las dos partes anteriores y la nueva
La volví a ver otra noche más en aquel café. Siempre me sentaba muy atrás para poder verla cantar, junto al piano, sin que me viera.
Todos allí la ignoraban, como si fuera un elemento más. Pero a mí me gustaba verla como cantaba, allí, dulce y triste, como soñando cada una de sus palabras que por su boca, entre notas de piano, sonaban; enamorada de un azul, azul melancolía.
Siempre terminaba con la misma canción, pero allí nadie parecía importarle. Yo me encendía un cigarrillo para la última y apuraba mi whisky para prestarle más atención. Comenzaba el piano, miraba al fondo, como queriendo buscar a alguien, se arreglaba el vestido y su mirada buscaba a quien sabía que no encontraría. Comenzaba a cantar conteniendo cada lágrima, cada suspiro, cada palabra que por sus labios rojos salían. Pero quien fuera que fuese no vendría, ella no lo vería entre las mesas del café.
Cuando terminaba, hacía un saludo, pero a nadie parecía importarle; besaba a aquel pianista negro en la mejilla y bajando se secaba las lágrimas.
Una noche no volvió, esperé toda la noche por si regresaba, bebí copa tras copa y fumé 3 paquetes al menos. Borracho y casi sin poder tenerme en pie le pregunté al mozo de la barra; qué sucedía con la joven que noche tras noche cantaba con el piano. Él me contestó que se había suicidado en su apartamento, su hermana la encontró muerta al día siguiente. Él quiso contarme como lo hizo. Yo no quise escucharle y me di la vuelta.
Salí y me senté en un bordillo de la calle de enfrente, miré al café. Ella estaba allí, la podía ver a través de los cristales , allí estaba cantando una noche más. Se giró y miró por las ventanas, me miraba, pude sentirlo, me miró y sonrió, había encontrado lo que todas las noches buscaba.
De camino a casa empecé a recordarla, a imaginar si me hubiera levantado y le hubiera hablado, o simplemente me hubiese sentado más cerca de ella. Pensé en lo triste que podría ser su vida, quizá también me hizo recordar la mía.
Catherine era diferente, toda su belleza quedaba siempre envuelta en esa oscuridad que la caracterizaba. Cada noche conseguía engañarme como una vela engaña a las tinieblas, pero no tardaba en apagarse hasta el día siguiente.
Describirla sería pecar contra ella, pero dos cosas la hacían particularmente bella; sus enormes ojos verdes y sus labios rojos por los que salían siempre dulces palabras. Catherine era así, siempre dulce, jamás la vi enfadada, jamás la vi feliz. Bajaba cada noche con la esperanza del por si acaso, y poco a poco, la iba abandonando.
Ella no merecía eso, no merecía morir olvidada en aquel café, apagándose cantando. Quizás su alma se había ido hacía mucho tiempo, pero su cuerpo se resistía a irse; se resistía a creer que algo se iba y no volvería, igual que al acostarse y despertar y encontrarlo todo como antes. Quizá despertó y lo encontró todo patas arriba, quiso despertar y no pudo, y esperaba cada noche levantarse en otro lugar, no olvidada en su apartamento con la cama vacía.
Ya regresando como pude a mi apartamento, apenas podía abrir la puerta con la llave. Entré. Encontré una carta bajo la puerta. La cogí como pude y giré el sobre.
Catherine
No pude evitar un escalofrío y se me deslizó de las manos. La recogí del suelo y giré el sobre de nuevo. Catherine. Sí, allí estaba su nombre.
La tiré en la mesa y me senté en una de las sillas, encendí un cigarro. Estuve rato mirando el sobre en la mesa, para mí pasaron días. Todo estaba más silencioso que de costumbre. Sólo una luz encendida alumbraba de lleno la mesa con la carta.
Pensé en Catherine colgada en su apartamento en el mismo momento en el que toqué la carta. Quería quemar ese sobre, se había ido y fuera lo que fuese lo que contenía la carta podía llevárselo con ella. Por qué si jamás se fijó en mí; dijera lo que dijera ya nada podía cambiar, y menos ella. Cada vez que volvía a mi mente lo hacía en forma de torso colgado. Inerte. Suspendida en el aire.
Me levanté y me apoyé en la pared. Volví a pensar que hacer con ese papel. Di vueltas alrededor de la mesa, lentamente; a cada paso le perseguía el sonido del zapato contra el suelo. Me paré en seco y cerré los ojos. Podría ser alguna broma macabra de algún conocido, pero en el remoto caso de que fuera Catherine, qué buscaría en todo esto.
Abrir la carta significaba no volver a atrás, empezar un juego al que no quería jugar, y menos jugar con la memoria de alguien a quien quería y admiraba; sabía que si abría el sobre no abría marcha atrás, me obsesionaría con ella, como ya lo hacía noche tras noche.
Comencé a sudar. La noche era fría. Cada gota de sudor que me escurría por la cara se volvía fría y parecía que alguien me acariciaba. Me lamenté por mi suerte, tantas noches yendo al mismo lugar, viéndola cada noche, si quería haberme hablado lo podía haber hecho cada noche desde hacía 7 años. Cada noche desde hacía 7 putos años y no en una carta el día antes de morir.
Si era una broma, era de pésimo gusto, si era realmente Catherine, era muy injusta conmigo, porque sabía, si me conocía un poco, que la abriría, sólo para salir de la duda y no consumirme toda la vida pensando en lo que no leí, aquello que escribió una mujer a la que admiré y contemplé durante 7 años.
Reflexiones
Cuando abras la ventana, ¿te asustará lo que hay fuera?
English
When you open the window, Will be afraid of what’s out?.
Italiano
Quando aprirai la finestra, avrai paura di ciò che c’è fuori?